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Hacia una pastoral de la Misericordia

Hacer de la misericordia objeto de nuestra reflexión es como ir a la fuente, al núcleo de nuestra fe. Y, en este sentido, recuerdo aquí la invitación que se intuye en la exhortación Evangelii Gaudium del Papa Francisco, que nos anima a recuperar la frescura del Evangelio y a concentrar el anuncio en lo esencial, en el núcleo, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo, y al mismo tiempo lo más necesario. (Cf. EG nn. 11, 35, 37 y 39)

Así pues, este tema es no sólo oportuno: es toda una oportunidad que nos sitúa en el centro de nuestra fe, y que nos invita a preguntarnos qué consecuencias tiene para nuestra vida creyente en general, y para nuestro quehacer pastoral en particular, el anuncio del amor misericordioso de Dios que se nos ha revelado en Jesucristo.

Pero antes de entrar en la reflexión propiamente pastoral, conviene recordar cómo es Jesús transparencia de la misericordia de Dios, cómo Él nos desvela a un Dios que se ha ido dando a conocer no como un ser impasible o estático, sino como Alguien que-se-conmueve y nos-conmueve.

ALGUNAS PISTAS CONCRETAS:

Una pastoral de la misericordia que acompaña los procesos de construcción personal

Una pastoral de la misericordia tiene que ver con que las personas nos sientan como compañeros en los procesos de búsqueda y construcción de la propia identidad. Unos procesos que hoy se alargan, no son lineales, se construyen dentro de sociedades plurales, y, en ocasiones, en contextos familiares de mucho desamparo.

A estas personas que buscan no tanto verdades cuanto experimentar lo verdadero, no basta con decirles “Dios te ama y te acoge como eres”; es necesario que experimenten en sí mismas qué significa vivir ese amor y esa acogida.

Muchas veces la primera noticia que tienen las personas de un Dios misericordioso somos nosotros mismos: nuestra manera de mirarles y de escucharles. Pero no se trata de hacerles dependientes de nuestra mirada, de ahí la importancia de ofrecerles experiencias que posibiliten el encuentro en profundidad con ellos mismos, espacios donde la persona aprenda a mirarse y a escucharse con honradez y lucidez, experiencias que le permitan nombrar sus posibilidades y también sus carencias, los éxitos y también los fracasos, las ilusiones y también la frustración. Experiencias que adentren en la aceptación de los límites y en el descubrimiento de las capacidades. Se trata de que la persona se experimenta como valioso por lo que es, y no por lo que tiene o por lo que sabe o por lo que consigue.

Una persona así está más capacitada para reconocer al Dios que le habita, que le ama incondicionalmente como es y que alienta sus mejores deseos.

En este proceso de adentramiento que proponemos a las personas, además del autoconocimiento y la autoaceptación, hay también otros aprendizajes que hacer y que de hecho ofrecemos, como son la capacidad de escucha y de empatía. Es verdad que la capacidad empática se trabaja hoy desde muchos frentes, porque es una de esas habilidades profesionales que el mercado demanda. Aquí lo que la pastoral aporta se sitúa en el nivel de las motivaciones: queremos afinar nuestra capacidad de escucha y de empatía para mejor hacernos cargo del otro, de aquel de quien estoy llamado a hacerme prójimo.

Una pastoral de la misericordia que visibiliza y celebra el perdón recibido y otorgado

Muy relacionado con lo anterior, es importante también prestar atención a las experiencias de fragilidad, de límite y de pecado que afloran en el entramado de la vida cotidiana, para ofrecer desde ellas y a partir de ellas, experiencias concretas en las que la misericordia se vive como perdón: como perdón que damos y recibimos.

Experiencias que afloran en ese “¿Qué hago conmigo o qué hago con el otro?”, “¿me resigno, me peleo, le vuelvo la espalda a esta experiencia que me incomoda?”. El perdón es una alternativa nueva a estas tres posibilidades: el perdón no es resignarse, no es el empeño estéril porque los demás respondan a mis expectativas, no es olvidar sin más lo que ha pasado. El perdón es arriesgarse a vivir desde otra lógica, desde la lógica de la misericordia, desde la lógica del amor que posibilita y pide un nuevo comienzo.

Desde la experiencia del dar y recibir perdón, de nuevo, estamos más capacitados para reconocer que es Dios quien visita y sana aquello que nosotros no podemos sanar, que Dios es misericordia que borra de raíz el mal y nos permite empezar de nuevo porque el suyo es un perdón incondicional y gratuito.

Una pastoral de la misericordia que lee e interpreta la realidad desde los últimos

Es verdad que hoy la realidad es muy compleja. No es fácil, como en la parábola del Buen samaritano, señalar a los asaltantes y bandidos que dejaron al hombre tirado en el borde del camino. Pero basta un mínimo de sentido común para saber que “alguna razón tiene que haber” para que, en nuestro mundo, lejano y cercano, la desigualdad, la exclusión y la pobreza sean hechos de dimensiones ineludibles. Hay discursos –bien estructurados– que nos hablan de que esto es “inevitable” y de este modo justifican lo que hay: nos hablan de la lógica de los mercados, de la dinámica de la globalización, de los flujos financieros… Discursos ante los que nos podemos sentir abrumados por la complejidad que entrañan. Pero, en cualquier caso, vale aquí como criterio aquello que dice el Papa: que los aparatos conceptuales están para favorecer el contacto con la realidad que pretenden explicar y no para alejarnos de ella (EG 194), y mucho menos –se puede añadir– para justificar la imposibilidad de que las cosas sean de otra manera.

Es verdad que no es fácil hoy analizar la realidad. Pero nuestra lectura de la realidad tiene que partir, al menos, de una manera de nombrar las cosas que no contribuya a “invisibilizar” a los que están al borde del camino (no es lo mismo, por ejemplo, hablar de “indocumentados”, de “sin papeles” que de personas –hermanos y hermanas– en busca de un futuro más digno; no es lo mismo hablar de pobres que de personas en situación de pobreza; no es lo mismo hablar de víctimas que de efectos colaterales…).

Es importante, por tanto, ayudar a las personas a ser capaces de llevar a cabo una lectura creyente de la realidad que sea lúcida y crítica: una lectura que parte de la mirada a la realidad (VER), que ilumina lo que ve desde los criterios del evangelio (JUZGAR) y que, finalmente, se concreta en gestos del Reino (ACTUAR).

Una pastoral de la misericordia que invita a hacer experiencias de proximidad

Que estas experiencias se puedan dar a través de la participación en un voluntariado, en una colaboración con determinadas instituciones, en la dinamización de determinadas campañas, o en el entramado de las relaciones cotidianas donde con tanta frecuencia convivimos con situaciones de pobreza y de exclusión, será algo que cada grupo deberá discernir. Pero el horizonte es –como señalábamos antes– abrir espacios para tejer relaciones gratuitas, cruzar fronteras hacia el otro, y tener, en definitiva, experiencia del encuentro que aproxima. Y cuando decimos que hemos tenido una experiencia, siempre narramos algo que, de alguna manera nos ha transformado el corazón, bien porque nos ha hecho descubrir algo nuevo, bien porque ha puesto en crisis algo en nuestro modo de pensar y valorar, bien porque ha generado en nosotros deseos nuevos, etc. Cuando alguien habla de una experiencia va mucho más allá de una descripción objetiva del acontecimiento vivido. Cuando se vive una experiencia se pueden abrir preguntas, se pueden consolidar decisiones, se pueden abrir horizontes nuevos…

Por eso no se trata de invitar a los jóvenes con los que estamos a una especie de “turismo solidario” que intente activar la compasión. Para hacer esta propuesta a los jóvenes tienen que existir comunidades cristianas comprometidas con los pobres que inviten y convoquen a la experiencia de dejarse “tocar por el otro”; una experiencia a la que hay que iniciar, en la que hay que permanecer y que se debe acompañar.

Termino ya estas páginas con la invitación a que hagamos nuestra esta certeza del Papa Francisco: que cada vez que volvemos a la fuente, al núcleo del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión y palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En esta fuente y en este núcleo encontramos el anuncio de un Dios misericordioso que se hace don, un don que hemos recibido y que es el mayor regalo que podemos hacer a nuestra sociedad y a nuestro mundo.

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